PENUMBRA
Agustina Leal
28 de junio al 31 de julio 2020



> Texto por Feda Baeza

Su cara ya no era su cara,
su boca no era su boca,
su voz no era su voz.

Siempre le había fascinado la imagen del gitano, pero no por las razones que cautivaban a sus nenas. Obviamente el misterio en torno a la inexpugnable mansión de Banfield había despertado en ella un sinfín de fantasías que se retroalimentaban en interminables búsquedas en la web.

Ese rostro ajeno se sentía duro, se tocaba y no reconocía su piel.
Intentaba abrir su boca, pero sólo se movían la comisura de sus labios.
Esos labios correosos, ásperos, lastimaban sus dedos al tocarse.

La historia oficial de los amores de Sandro la conocía bien. Había gastado algunas horas de insomnio viendo reportajes a Olga, meditando sobre los dichos de María Martha, las confesiones de Solita en Show Match. La primera relación larga fue Julia Visciani, luego vino Tita Russ que se había separado de Alberto Olmedo, mientras tanto sostuvo una relación secreta con María Martha, las últimas décadas de su vida las repartió entre María Elena Fresta y Olga Garaveta, ambas mujeres recordadas como manos invisibles que mecían al cantante.

Siguió recorriendo con la palma de las manos su cuerpo como quien camina a tientas en un cuarto oscuro. Al rozar el cuello su mentón se elevó, las clavículas adquirieron contornos nítidos, el esternón se abrió como una armadura brillante y filosa, las costillas comenzaron a presionar la piel desde adentro.

Otres apreciaban en los movimientos del gitano el ejercicio de una masculinidad practicada con desparpajo, ponderaban la eficacia de su contoneo de caderas, festejaban la asertividad de su pelvis, imitaban esa voz gruesa que se descomponía en susurros. Pero lo que a ella le fascinaba de su performance eran los ecos de un cuerpo siempre a punto de desarmarse, estremecido por fuerzas que lo apartaban de su centro, ubicado en el centro de una tormenta que constantemente lo sacaba de sí.

Sus manos bajaron en dirección a las caderas acariciando firmemente los muslos, mientras tanto se movía al ritmo de convulsiones cada vez más intensas. En medio de estertores que se hacían urgentes sus manos frotaban la pelvis. Finalmente corrió los dobleces de su bata y dejó brotar formas plegadas, blandas, protuberancias informes, jirones genitales de un encanto enigmático. Su sexo se desplegó hasta reposar sin tensión, precioso y sereno.

> Reseñas

Generación Iron, por Magdalena Petroni, El Flasherito
Y dónde está la grasa...,  por Gustavo Bruzzone, Jennifer, 22 de julio de 2020
Sobre Penumbra, por Valentina Liernur, Segunda Época, Diciembre 2020
Galería Grasa - Santos Dumont 3703 (CABA, Buenos Aires, Argentina) - info@galeriagrasa.com