PENTHOUSE
Agustina Leal
Curaduría de Gaby Cepeda
19 de febrero a 2 de abril 2022



> Texto por Gaby Cepeda



Un penthouse es un lugar donde se habita el cielo. Por definición, es la parte más alta de un edificio o rascacielos, distinto de los más modestos apartamentos, porque está en la cima mirando siempre hacia abajo, pero también porque posee esos significantes del lujo que cada vez aluden a menos, que son cada vez más genéricos y justificados en el reflejo: ventanas de techo a piso, accesorios de metal cromado, pisos de mármol brillante.
La mayoría de los edificios que nos rodean y empequeñecen en los distritos financieros de las capitales latinoamericanas son del mismo estilo, el así llamado international style. Este se puso de moda en los 20s y 30s, en el período de entre-guerras y de una de las peores crisis económicas que el mundo haya visto (hasta el 2008). Es un estilo asociado al funcionalismo, al racionalismo y al modernismo. Es llamativo que la etiqueta de international style se le asigne, sin demasiada distinción, tanto a esos silos vidriados de la hiper-financialización como a los austeros multifamiliares que se plantaron en los márgenes del horizonte urbano; tanto a los horrendos edificios de oficinas en los que se afanan los Godínez, como a los hogares especulativos de los oligarcas rusos. Claro que unos tienen penthouse y los otros no. Y aunque su origen sea lejano en el tiempo, hoy los rascacielos se erigen con mucha vitalidad en el paisaje de la ciudad de México. Son como los malls; los gringos dicen que ya no dan, pero en una ciudad sedienta de espacio público todavía se multiplican, a veces con ese lujo genérico importado de Miami, a veces descaradamente horrendos —aunque ambas características no sean mutuamente exclusivas. En el antes DF (dé-fe), hoy la CDMX (cé-de-me-quis), trastornada por el hyper-development, se han levantado desde la Torre Latinoamericana de 1956 otros veintiséis edificios en la lista de los más altos del país. No hace falta aclarar que todos tienen estructuras de acero y cobertura de vidrio. Del 2003 hasta hoy se construyeron veintiuno, del 2015 para acá, dieciséis. Hay otros doce en construcción. Lo de racional y funcional ya no se menciona. Parades ante el precipicio del calentamiento global sabemos que estas torres requieren del despilfarro energético más que cualquier otro método de construcción vernáculo –quizás eso sea lo international.
A todo esto, sigo pensando en una palabra que me dijo Agustina Leal que es casi in-googleable. Es tan rara que cuando la quiero pensar siempre me invento otra: ¿era megapolismancia?, ¿capitalomancia?, ¿urbanomancia? De lo que estoy segura es de que el sufijo era ‘mancia’, del griego mantis que significa ‘adivinación, vidente, presagio’. En mi mente se formó una imagen del cuerpo humano transitando estas urbes gigantes, prácticamente anti-humanas, construidas con la eficiencia del capital en mente y no con el bienestar de seres orgánicos de ningún tipo. Ostentan un extremismo colosal: el frío del metal y el aire acondicionado, el calor insoportable del vidrio, el reflejo insistente y deforme de todo lo vivo que rodea estos templos consagrados a quién sabe qué futuro ya podrido. Los paisajes de Agustina, con su paleta de color limitada y su perspectiva retorcida, me recuerdan esa claustrofobia de la ciudad inmensa-inmunda, con el filtro del smog y la sensación menguante de pasear en ese copy-paste criollo de Wall Street, que lo mismo emula la estética cocainómana como sus fundamentos económicos. Por suerte, Agus los embellece, algo les hace su pintura que me provoca pensar en la arquitectura gótica, la que tenía como motivo de existir el meternos el miedo de Dios en el cuerpo. En sus paisajes hay destellos arcanos que, si quisiéramos, podríamos leer como “los misiles moralizantes” que nuestros ancestros vieron en el cielo relampagueante. En el Penthouse de Agus habitan cuerpos humanos, deseantes, codificados en femenino. La verdad es que no lo tengo claro y eso me gusta también: esos cuerpos llenos de voluptuosidad, ¿están ahí arriba, reflejándose en el mármol, en el vidrio y en el cromo, en sus copas de cognac, en sus ojos?, ¿o están acá abajo? Quizá celebrando y consumando el fin del reino del vidrio y el acero. ¿Acaso ofreciendo su lascivia a una nueva disciplina del cuerpo, del placer y de la vida? La CDMX del Penthouse de Agustina existe, como la nuestra, en coordenadas esquizoides: entre el miedo y el goce, lo monumental y lo desdeñable, el metal y la carne; entre la furia del capital y la existencia recia de sus habitantes.

Gaby Cepeda, CDMX, 2022

> Reseñas

Penthouse — Agustina Leal, entrevista por Yael Desbats, 29 de marzo de 2022
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