EL CORAZÓN DE LO QUE EXISTE
Amparo Viau
Curaduría: Joaquín Rodríguez
Desde el 27 de marzo de 2025 al al 29 de mayo del 2025




> Texto por Leopoldo Estol


La irrupción de Amparo Viau en la escena del arte se dio a paso constante desde que la pandemia le ofreció en su excepcional y traumático parate la posibilidad de dibujar un montón. Mucho más de lo que lo había hecho nunca, mordido ese tiempo por otros trabajos y ocupaciones, fue el covid el que de alguna manera le abrió la puerta del taller y le dio el permiso de estar más de 10 horas por día dibujando. También se había separado de su novio y de repente, vivía en lo de su tía, a dos cuadras del Palacio México. Era la única que podía llegar al taller.

Ese momento es raro para mí. Hacía rompecabezas de dibujos, los desarmaba y volvía armar. Pero en un momento me quedo sin materiales y ahí me angustio y me miro en el espejo. ¿Conocés Palacio México? Es un taller de artistas mítico. Arriba de mi taller estaba el de Elba Bairon y un día me escribe por algo que andaba mal en el edificio. Subo a su taller y me regala un papel de dibujo gigante, de escenografía, de esos que miden 3 metros por 10. Nunca había visto un papel tan grande. Ahí arranco.

Las composiciones de Amparo están llenas de personajes, animales y texturas. Hay algo volcánico en cómo emergen esos cuerpos voluptuosos y ambiguos, despojados de sus ropas, pintados en colores chillones, cómo arman una narración o miles. La intriga crece alimentada por esta fluidez, por la urgencia de sacar. Se cruzan las caricias y los besos con la sensación de orfandad de no pertenecer. De no ser de ningún lugar. Los personajes habitan un tiempo voraz, como dioses griegos, un loop donde sus fantasías los conducen a apocalipsis autoinflingidos. Cuerpos caídos se contraponen a otros más turgentes, animales y enredaderas, figuras como las de William Blake cuyos rostros parecen estar bajo los efectos de un eclipse misterioso. Hay un tirarse a la pileta en Amparo, un gesto desprejuiciado, un meter los dedos en el enchufe. Me pregunto cómo habrá crecido esta intuición.

Me crié en una casa que es una especie de escenografía, un rancho total. Mi papá filmaba y traía cosas: un día una pochoclera, otro día huesos de dinosaurio en telgopor. Es una casita naranja preciosa de Adrogué y donde mires hay color, donde mires hay textura. Hasta mis 18 años dormí en la misma habitación con mi hermano, yo era sobreadaptada e hipersociable, mi hermano más tímido. Mi papá fue exitoso, no en relación a la plata sino que hizo cosas locas. Hizo cine surrealista, tuvo revistas y bares. La plata iba y venía, hizo cosas como refundar una fábrica de cristal por la que todavía algunos me preguntan... me crié en una casa caótica y muy lúdica. Mi vieja es docente y nos armaba escenarios con telas y almohadones para habitar en el medio del living. Ella llegó a directora de una escuela muy zarpada en donde yo estudié. Tanto en mi casa como en mi escuela, mamé tempranamente la idea de la diversidad de los cuerpos y las capacidades. Veía la belleza allí.

En la adolescencia, el dibujo se vuelve un lugar de refugio. Sus amigas no entienden los dibujos con personajes al palo, con rostros viejos y uñas alargadas. Les infundía miedo. Bocas que tragan, clavos que rompen la piel y flechas rotas. ¿Cuerpos desnudos o desnudados? Todo parece impregnar de deseos las composiciones de Amparo que algunos años después, expuesta a los ejercicios académicos, se lamenta frente a indicaciones de colores que puestos uno al lado del otro quedan mal o medidas de proporción para pensar el cuerpo humano. Eso hizo que durara poco en el IUNA. Dice que empezó una investigación sin darse cuenta y eso fue con Pedro Polej, un artista amigo de sus padres que tenía el taller en Temperley. Fue allí donde se manifestó por primera vez la pulsión de dibujar a un otro. Fue Pedro quien trajo una modelo y la habilitó a explorar un territorio que sigue vigente hasta el día de
hoy.

Su primera muestra individual fue en Grasa, en el año 2022 en el espacio de Chacarita y tiene una reminiscencia del famoso Ejercicio plástico de Siqueiros. Un espacio pequeño en donde entrás para ser rodeadx completamente de personajes y sus dramas. Había figuras hasta en el techo que se acomodan unos sobre otros, se recortan y fugan. Sin una idea clásica de perspectiva lo que termina funcionando como ordenador es el color. Un color fauvista, intuitivo y caprichoso, que enciende y
apaga zonas de la composición. Hay una foto divertida en internet que muestra un niño que apenas se mantiene parado en la sala garage de Santos Dumont rodeado del universo Viau. Su cara lo dice todo, un instante de asombro y descubrimiento del cosmos.

Dibujar personas, dibujar modelos es una obsesión que tengo, es una búsqueda, una necesidad de entender algo en relación a cómo somos vistos y cómo miramos. Hay algo del cuerpo que históricamente me obsesiona. Hay algo sexual y sensual dando vueltas. Hay algo de la ternura también. Lo relaciono con algo muy personal y es que siempre tuve muchos temas con mi cuerpo y con ser vista de una manera, con la exposición. Era como una pelota al borde de explotar de sentimientos y necesidades y furor. Creo que soy re así, extrema, en esa vibra. Quería cosas y muchas cosas no me animaba: a desnudarme, a avanzar, a tener una relación íntima con un otre. Siempre tuve mucho pudor de mi cuerpo y mucho enojo por tener pudor y ahora lo entiendo más y lo tengo más analizado. Salí al mundo y me encontré con que a muchas personas les pasa lo mismo.

Y el arte aparece ahora como un lugar de escucha y resonancia. De trabajar esas zonas personales que tienen bordes conflictivos. En el interín los dibujos que en otro momento daban miedo a su círculo íntimo se transformaron en un acontecimiento en sí mismos. Amparo disfruta a la vez que trabaja en jornadas de mañana y tarde para huir del calor del mediodía. Trabaja a contrarreloj con asistencia de colegas y amigos. Los dibujos que prepara tienen algo de cartas de tarot, con sus figuras atravesadaspor la vida que dejan asomar en un segundo plano viajeros, ollas que hay que revolver o sapos que se abrazan. También hay una sensación de puertas que se abren. El color sigue siendo una clave, un elemento que oscila entre su naturaleza decorativa y un anclaje espiritual, como en Hilma Af Klint o Beatriz Milhazes, el color está ahí y manifiesta la vitalidad de un universo que no se resuelve. Amparo se permite probar el dibujo sobre madera y abracadabra, responde a la fecha con más obra. Mientras tanto el dibujo no la suelta, sigue como una compulsión que a veces se torna pesadilla.

Porque no tengo certeza de nada y muté muchas veces pero sé que voy a querer dibujar toda mi vida. Cada vez que agarro el carbón es una gran incógnita. Tengo la fantasía de que me voy a olvidar un día. O que no me va a salir más o que quizás me trabo. Cuando era chica, lo de Pedro era un lugar de escape para mí. Era el único lugar donde yo podía hacer esas cosas que me parecía que no estaban tan bien, no sé porqué. Yo pienso mucho en eso. Invitar a alguien a dibujarlo y pedirle el desnudo. Uno está en una situación de poder y hay un ida y vuelta muy interesante. Y, ¿cómo generar ese espacio?. Es todo un ritual que no siempre es igual porque no siempre tenés adelante a la misma persona. Como un ejercicio sensible, tratar de percibir al otro, de generar un espacio y que se anime. Ser mirado de una manera y que eso después te vuelva. Me pasa algo que lo sigo comprobando que es que después todos se van felices y con muchas ganas de volver a hacerlo. Y siento que hay algo lindo de entregarle al otro algo. Che, no tenés que tener un cuerpo así, ni tener una actitud asa, ni medir tanto para saber que sos bellisimo!

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